Josep Rovira i Soler nació el 6 de febrero de 1900 en Santiago de Cuba. Sus padres eran catalanes (originarios de Moja) y habían tenido cinco hijos, cuatro niños y una niña, pero la niña murió muy joven de sarrampión. Sus padres viajaron a Cuba para participar en el negocio familiar del tabaco, lo que explica el nacimiento de Pep en tierras lejanas. Aunque parecía sentirse más catalán que cubano, mantuvo la nacionalidad cubana hasta el final de sus días.
Nació enfermo de paludismo y hasta los dos años le llamaban "el vivir y morir", porque su salud era precaria y sufría altibajos constantes. Hasta los dos años tuvo una vaca para alimentarlo a él solo y de vez en cuando lo envolvian con un ternero recién sacrificado. A los dos años, en el viaje de vuelta a España en barco, se curó para siempre de su enfermedad.
Su família residió en Vilafranca del Penedès unos años viviendo del negocio familiar del vino. Después de cinco años volvieron a Cuba donde residieron dos años más. Cuando regresaron a España Pep empezó a ir a la escuela. Desde esta época temprana se empezaron a vislumbrar sus dotes de pintor, pues llenaba los márgenes de sus libros de estudio con dibujos y retratos de los compañeros de clase. Hasta los dieciséis años estudió con los jesuitas y, posteriormente, dado que su padre quería enviarlo a Cuba a trabajar en el negocio familiar, lo puso a cursar estudios de comercio. A Pep, sin embargo, no le gustó la idea y pidió a su padre que le dejara dedicarse a la pintura. La respuesta de su padre, contrariado, fue que nunca le negaría un plato en la mesa, pero que tampoco recibiría ninguna ayuda para realizar su vocación.
El hecho de pertenecer a una familia burguesa no le puso las cosas nada fáciles, porque dedicarse a la pintura como profesión implicaba una vida más bohemia y heterodoxa de la que estaban acostumbrados en su casa: las profesiones de sus tres hermanos eran abogado, químico y contable. La única persona que le mostró un cierto apoyo moral fue su madre, Rosa, que le proporcionaba dinero para que, con ya veinte años, pudiera desplazarse en tranvía hasta la Llotja, que era la escuela de artes y oficios de Barcelona donde comenzó a estudiar pintura.
Se contaba la anécdota que uno de sus primeros compañeros de estudio, que llevaba varios años estudiando en la Llotja, al ver la facilidad que Pep mostraba desde el primer día con los pinceles, se desanimó y decidió dejar la pintura. Un día Joan, el padre de Pep, fue a la Llotja para interesarse por los progresos de su hijo. Todavía tenía alguna esperanza de que se le pasara la vocación artística y se reintegrase al redil del negocio familiar, pero el maestro lo convenció de que su hijo no servía para nada más que para pintar, y así Pep pudo seguir estudiando en la Llotja durante un total de dos años, en los que compaginaba la actividad académica con largas estancias en el Parc de la Ciutadella, donde podía pintar los animales del zoológico y la naturaleza en movimiento.
Pronto pudo mostrar su obra en una exposición colectiva de los estudiantes más destacados de la Llotja que se celebró en las Galerías Fayans Catalá y en la que ganó el primer premio con el retrato de una prima suya. En 1924 recibió la medalla de plata en el concurso de paisaje Josep Masriera i Manovens, compartida con Josepa Serraviñals i Furió. Posteriormente ganó sendas becas para ir a estudiar a Italia y a Madrid.
El pintor hacía exposiciones regularmente. En sus primeros años de trabajo artístico participó en una exposición colectiva en el Palacio de la Industria (1923) y en la Exposició de Primavera en el Saló de Montjuïc (1932), con las obras ''Reverend Lluís Tallada '' i '' El meu pare ". Esta última se encuentra en la actualidad en la colección permanente de la Reial Acadèmia Catalana de Belles Arts de Sant Jordi amb el títol de ''Retrat del pare de l'artista ''. Individualmente expuso en las Galerías Laietanes (1927, 1933), el Cercle Artístic (1933) y la Sala Busquets (1935, 1936). También expuso en la galería Fayans, la Pinacoteca y la Augusta.
Una de las virtudes más alabadas del pintor fue su innata facilidad para el retrato, que con cuatro pinceladas le permitía extraer los rasgos más característicos de cada persona. Le eran especialmente estimulantes las caras difíciles o "con carácter", tal como él las denominaba. Fiel a sus principios de pintor figurativo, nunca accedió a mejorar los rasgos de un rostro o a quitarle algunas arrugas, como le sugerían a veces algunas de las damas retratadas.
A los treinta y cinco años conoció a su mujer en Cadaqués. Él pintaba cantando de pie sobre unas rocas, con un vestido y un sombrero blancos, lo que inevitablemente llamó la atención de una jovencita que lo observaba desde el balcón de su residencia de verano. Aquella jovencita, Mercè Forns, quince años más joven que él, sería su futura esposa y la mujer que le hizo de musa toda la vida. Mercè es la figura de la mujer de rojo que aparece de forma recurrente, casi obsesiva, en numerosos de paisajes y cuadros del pintor. Pero el estallido de la Guerra Civil española truncó sus planes de boda iniciales, si bien su nacionalidad cubana le permitió salir del país y residir en Cuba durante el conflicto. Su marcha a Cuba abrió un periodo de dolorosa y larga separación. La relación y el amor se mantuvieron, sin embargo, por carta durante los cuatro años de la contienda; al terminar la guerra, él volvió a Barcelona, con ya cuarenta años, para casarse y quedarse allí para siempre. Su larga separación retrasó el nacimiento de los hijos. Hasta los cuatro años de casados no tuvieron el primero, Carlos, y dos años y medio más tarde el segundo, Joan.
El pintor no quiso nunca estar ligado a un marchante, pues temía que condicionase su manera de trabajar y de entender la vida y que además, desde su punto de vista, le estuviese explotando. Sus reticencias hacia los intermediarios le dificultaron bastante el desarrollo de la vertiente comercial de su trabajo, es decir, la organización de exposiciones y su proyección hacia las élites artísticas. Sin embargo, su valía professional viene avalada por el hecho de que pudo dedicarse profesionalmente en exclusiva a su vocación artística, y que la pintura fué la única actividad y fuente de ingresos que tuvo a lo largo de su vida. Es justo dejar constancia, sin embargo, del apoyo humano y económico que siempre tuvo de Mercè, que aunque había sido educada para tocar el piano y ejercer de esposa tradicional, fue a París a reciclarse profesionalmente de esteticista para complementar con su trabajo la irregularidad de los ingresos procedentes del arte de su esposo.
Su capacidad artística - especialmente la de retratista - fue siempre muy alabada, tanto por los críticos de arte, como por sus colegas del Cercle Artístic de Barcelona.
A los 88 años tuvo que dejar de pintar por la pérdida de visión provocada por una degeneración macular, enfermedad especialmente cruel para un pintor. Falleció en 1998, a los 98 años de edad.
(Perfil biográfico basado en una entrevista a Mercé Forns realizada por Sara Rovira, con aportaciones de Muriel y Joan, nietas e hijo del Pep).
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